La camiseta de president

Una campaña electoral sirve, al menos, para comprobar el nivel moral y político del escenario que plantean candidatos y partidos. La que hoy termina ha mostrado las dramáticas costuras de una realidad paralela que sigue sumando nuevos actores a su causa. Refrendados, como los anteriores, por la mediocridad y el anhelo de que el castillo de arena continué en pie por pura cuestión de supervivencia. Propia y de quienes contribuyen a esa racista comunidad autónoma de Cataluña que han construido sus representantes. 

Rostros nuevos vestidos con la naftalina de la exclusión, a los que se ha sumado el que podríamos llamar otro bando. Es frustrantemente anacrónico escuchar en 2021 ataques verbales y físicos al grito de fascistas. Entre quienes han fracturado la entonces próspera sociedad catalana y ejercido el totalitarismo moderno, por un lado. Y quienes alientan la misma fractura a través de la misma colectivización entre buenos y malos, por otro. Fijar enemigos suele lamentablemente multiplicar adeptos. Y tanto el bando llamado independentista y enriquecido a costa de España, como el bando de los salvapatrias que ahora rotulan en catalán, tienen claramente definidos sus blancos. Quienes no portan el lazo amarillo y osan hablar castellano en su nación. Y quienes se convierten en poco menos que repudiados cuando en realidad son, en suma, buscadores de un mundo mejor con el pecado original de no ser españoles. 

Hay quien quiere borrar la corrosión de los bandos fratricidas pasando página. Me pregunto qué página quiere pasar Salvador Illa. ¿La de su propia y desastrosa gestión de la pandemia desde Madrid? ¿La de las 90.000 esquelas que no reconoce? ¿La de las cláusulas de cesión que prepara para ser investido president por los cómplices de Sánchez? El hoy candidato del PSC aprendió en el ministerio las artes de la mentira. Se ha puesto una camiseta nueva sin ducharse ni peinarse y las encuestas le identifican con el mesías esperado. Una vez engañada su conciencia, sabe que puede seguir engañando al rebaño tras las siglas. No puede decir lo mismo Carlos Carrizosa, sonrojado aún por la cobardía de Arrimadas ante un intento de investidura que hubiera consolidado a Ciutadans como líder del constitucionalismo catalán. 

Ciudadanos sabe que perdió su bonita oportunidad. Y Alejandro Fernández sabe que, con la camiseta de perdedor de estas elecciones, su altura es incapaz de sacudirse el estigma insuperable al PP en Cataluña y el polvo irrespirable que continúa levantando Génova. Da igual cuando leas esto. 

Los votantes solo ven la camiseta. La mentira no se penaliza en una España aún inmadura democráticamente. Ésta es su anormalidad. Como anormal es que un presidente presuma de destruir el régimen constitucional por el bien común y muchos -demasiados- le aplaudan, consciente o inconscientemente, entusiasmados. Como anormal es que asistamos atónitos a esta destrucción sin oposición. Y no. Iglesias no miente. Siempre dijo a qué aspiraba. Quizá nadie le tomó en serio. 

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