El miedo a la verdad

Cuando no hay honestidad en política, nada se sostiene. Tampoco un gobierno construido sobre su antítesis. Por mucho que creamos que la mentira tiene más recorrido y más éxito en este mundo que la verdad. La responsabilidad, la buena fe y la prioridad del bien común no pueden convertirse en un cheque en blanco para quien pisotea la responsabilidad, la buena fe y el bien común. 

El gravísimo mensaje irreverente que confirmó ayer la ministra portavoz es la definitiva puesta en escena del gobierno socialcomunista que llevan cinco meses tejiendo sus máximos responsables con sus muchos secundarios. Y exige o una rectificación urgente o una dimisión en pleno de un ejecutivo que, definitivamente, ha destapado por completo su verdadera identidad despótica. Las amenazas a voces críticas, la censura a la libertad de expresión y el pago para callar la libertad de información; el intento de control y arrojo contra los propios españoles de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado; la requisa de material de empresas y la amenaza de nacionalización de otras; la amenaza incluso a través de una interpretación reaccionaria del artículo 128 de la Constitución; el estrangulamiento de libertades individuales mientras el presidente presentaba el telediario del fin de semana; los insultos al Jefe del Estado y su despenalización. Y la implantación de la renta de multiplicación de pobres. Y el rechazo constante a decretar luto oficial por los 25.613 españoles fallecidos reconocidos oficialmente, porque hacerlo les devolvería la dignidad que incomprensiblemente les han arrebatado hasta ahora. Y las amenazas al Partido Popular con tirarle a la cabeza los muertos de su aberrante gestión. Y la amenaza, por último y hasta ahora, de abandonar a los españoles sin recursos si se acaba su estado natural, que es este falso estado de alarma. 

Es inaceptable tanto intento goebbeliano por dar color artificial a la inteligencia más gris y a la voluntad más dudosa que ha conocido nuestra democracia al frente del gobierno. Es rechazo a toda costa de la realidad. Es imposición de la suya. Es privación de las libertades. Es comunismo

La proclama de la ministra portavoz llegó precisamente ayer, después de conocer cifras récord de paro registrado y cifras récord, por tanto, de dramas. Con un millón de empleos destruidos en solo un mes y más de un millón de autónomos en cese de actividad. A falta de los datos correspondientes a afectados por ERTE, que serán, en buena medida, antesala de ERE, y que superan, en suma, los 5 millones de prestaciones por desempleo. 

Por cruel que realmente parezca, y lo parece, a este gobierno socialcomunista le importa únicamente mantener el máximo poder. A costa de todo. También, lo ha aclarado, a costa de los españoles más desprotegidos. Y esta última temeridad confirma que todo en este gobierno es viejo. Tan viejo como los totalitarismos del siglo XX. Y todo provoca una mezcla de sorpresa y previsión. Porque ya conocemos los daños del comunismo. Y porque nunca podía pensar que regresase bajo las siglas del PSOE. Quizá sea la inocencia de un millenial demócrata. Pero, por mucho que se empeñen en levantarlo en Europa los científicos de la ingeniería social y los expertos en propagada, el muro del comunismo lo derrumbaron los demócratas hace 30 años. Y a España, la libertad y la democracia llegaron en 1978. Para quedarse.

Lo que sufrimos ahora es un renacer. Una vuelta a los orígenes del socialismo. Sánchez inició en 2018 su plan de conquista de España y ha encontrado en esta crisis sanitaria su oportunidad para profundizar en su estrategia caudillista. Lo hace de la mano de quien ha bebido de las mejores fuentes del neocomunismo, aun a riesgo de perder su oportunidad. Sánchez e Iglesias quieren lo mismo para España. Y esto les ha unido para formar el ejecutivo más inepto y más nocivo posible.

Líderes

El mismo mes que Sánchez e Iglesias formaban gobierno, recibían firmes advertencias sobre el impacto del coronavirus en el mundo. Aunque la ministra Ribera no sepa aclarar nuestra ubicación geográfica, somos -al menos, aún-, un gran país que ha hablado siempre al mundo con voz propia. Hasta en los momentos más adversos. El gobierno bicéfalo -y, en realidad, monocolor- solo atendió entonces a una nueva exaltación de la izquierda en la calle; la que promovió apenas tres meses después. El 8 de marzo de 2020 perseguirá siempre al intento de gobierno ideal que el platónico Sánchez ha construido sobre los peores, comenzando por él mismo, desdibujando así la letra y tratando de que la música suene siempre alta. Emulando la estrategia amateur que se aplica en el Bernabéu, cuando trata de ocultar la opinión del respetable con el dudosamente respetable Plácido Domingo elevado de decibelios. 

Recordar ahora la frivolidad, la irresponsabilidad y la ineptitud con la que han afrontado Sánchez y los suyos esta crisis sanitaria aviva sentimientos de difícil mesura. Sentimientos que, a la luz de los hechos, justifican el estado de alarma y de hartazgo social en que vive España. Con un presidente instalado en la propaganda, la mentira y la confusión, la alarma es inevitable. Y el hartazgo, consecuente. Pese a todo, los españoles han acatado con intachable disciplina los atropellos constitucionales a los que el ejecutivo les ha sometido. Nos ha sometido. 

A lo largo de todo este atropello constitucional a una España confinada y falta de libertades -que le pertenecen a pesar de Sánchez e Iglesias-, nuestro país se ha convertido en líder en muertos por habitante y en líder en contagios de profesionales médicos y sanitarios. Dos datos tan alarmantes como evidentes de una gestión y una previsión absolutamente deficientes y negligentes. Una gestión que, más allá de reconocer como tal y pedir perdón, Sánchez ha envuelto en nueva propaganda.

España es líder en muertos y en contagios sanitarios, a pesar de esconder las cifras reales y de esconder los dramas personales bajo la frialdad de los números que tergiversa. Cifras que quizá hayan logrado evitar un mayor impacto emocional, a juzgar por los jolgorios de las ocho, que el gobierno ha pretendido utilizar como aliento artificial de una realidad no menos artificial. Robando, al mismo tiempo, a los profesionales de la sanidad el motivo inicial de la convocatoria, que entiendo que no era otro que agradecer su exposición sin protección al contagio, adornada de insultante manipulación de variables y de estudios desde Moncloa.

Sánchez debe explicar a los españoles cómo del 8 de marzo hemos pasado a un incremento del 8% de paro en abril. Y, por mucho que el ejecutivo lo prevea a la baja, la caída del PIB -y, por tanto, de la actividad económica-, triplicará el 8% que la ministra Calviño estipula. La misma ministra que predijo que el coronavirus apenas impactaría en nuestra economía. Este abismo inducido exige explicaciones y responsabilidades.

Un gobierno capaz 

La dramática coyuntura actual requiere de un gobierno capaz. Y este adjetivo no tiene cabida en el actual Consejo de Ministros. Nada más lejos. Lo que necesita España es un plan de rescate de su Ejecutivo, junto a un plan de rescate de sus libertades, y de sus capacidades económicas y sociales. Y un plan de emergencia sanitaria. Porque, con la directriz actual, abocada está a la parálisis, a la pobreza y al riesgo de nuevos repuntes. Obviamente, incontrolados. Con mordazas impuestas a los sectores económicos estratégicos y la ausencia de incentivos que ayuden a su impulso y a su adaptación a la nueva etapa. Sin medios de protección suficientes y sin base social analizada, el virus seguirá avanzando, pues no saben cómo ha penetrado y cómo permanece. Lo único que puede defender el gobierno hoy es un inaceptable confinamiento sobre confinamiento.

Tras más de cincuenta días de estado natural, es inasumible que el único plan de este gobierno sea éste. Sin más plan que la propaganda, la manipulación y la amenaza, el falso estado de alarma no puede seguir amparando a este gobierno. Como tampoco puede seguir amparándolo la oposición. O será tan responsable como el propio gobierno de su incompetencia. Y, en definitiva, de su gestión. 

La coherencia exige siempre correr riesgos. Exige no tener miedo a la verdad. Pone a prueba la valentía y el liderazgo. Y regala, al mismo tiempo, el honor de levantar la cabeza y mirar a los ojos de los españoles. Y la oportunidad de trabajar para ganarse su confianza. Algo que ya nunca podrá hacer Sánchez. 

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