El virus

Hoy no es un lunes cualquiera. Hasta hoy, llevaba meses siendo el gran día de la semana en el que todo puede empezar de cero y todo puede cambiar. Hoy todo ha cambiado. A peor. La amenaza se ha consumado. Y la incapacidad ha llevado al inicio del caos. 

Por eso vuelvo. A escribir. En la palabra nos jugamos siempre algo. La reputación. Y la identidad. La razón. Y ahora mucho más. Ahora nos jugamos la salud. Y, detrás de ella y de todo, la libertad.  

El 8M fue el mayor acto de ideología suicida. La pancarta lo fue todo. Porque detrás de ella ni había ni habrá nada. Por eso bastan unos guantes de látex para sujetarla. Ni siquiera un día después miró el comandante en jefe para otro lado. Cerró los ojos. Y rezó a su dios profano. Porque lo que urgía era hacer ver que todo se había hecho bien. No cómo enmendar el pecado.  

Una vez más, demuestran que no saben. Y quizá también que no pueden. Ni solos ni menos aún unidos. Ésta sí que es una evidencia científica, aunque no se citase en la convocatoria a distancia de seguridad que sustituye y actualiza al plasma. 

Como evidencia científica es la participación de un actor en formación, capaz de declamar repetidamente proclamas cursis y e incapaz de tomar decisiones cuando recibía advertencias. Prefirió satisfacer a su ser feminista y provocó que la calle no fuera suya, sino del virus. 

La declaración del estado de alarma fue en realidad una espera de siete horas a todo un país que esperaba soluciones urgentes que comenzasen a paliar los daños. Y solo encontró filtraciones, órdagos y una lectura imperfecta del teleprompter en ángulo contrapicado. La declaración en diferido fue el perfecto reflejo del nefasto Consejo de Ministros -o de pelea de gallos-, en el que no cupieron las medidas urgentes, pese a diseñarse con más distancia entre miembros -y miembras- y contar con dos valores menos. Todo es de diseño inservible en la Moncloa bicéfala. Hasta la mascarilla que no llevó el segundo y sí vio la televisión de todos. Todos le vimos regalando cuarentenas. Y ni imaginamos la dimensión de la catástrofe que va a provocar ésta.

Los españoles son tan dignos de elogio y admiración que ni siquiera sucumben a la alarma. Responden a la psicosis en silencio. Y solo lo rompen para tararear el Himno desde sus ventanas y para aplaudir a los héroes que sí responden a pecho descubierto a la pandemia. Porque lo suyo sí es vocación. Y sacrificio. Histórico. 

La alarma no es el estado natural de una sociedad valiente ante la adversidad y, al mismo tiempo, complaciente ante su verdadero adversario. Pero la alarma sí es el estado natural del socialismo. Controlar. Cerrar. Prohibir. Y no ofrecer soluciones, sino soflamas. Salvo alguna. Desinfectar el Falcon. Definición extraordinaria de antihéroe. 

Por suerte, el marketing no puede con la verdad. Se derrumba ante la ausencia de criterio y de liderazgo. Y desnuda la irresponsabilidad, la incapacidad y la ineptitud. Como irresponsable es ofrecer a quien no merece un sometimiento vestido de lealtad. La superioridad. Y la ausencia de liderazgo en la alternativa. Porque, en realidad, justifica y asume, una vez más, la ideología excluyente que ha llegado incluso ahora a poner en gravísimo riesgo la salud de todo un país. Y esto es tan imperdonable como aquello. La lealtad no es sino con los españoles. Y la lealtad no es sino decir la verdad. 

Su método es ahora repetir infantilmente la previsible argucia del enemigo externo. El virus. Igual que aquel 15M asumió aquello de que el problema es el sistema. Nunca el gobierno. Cuando las calles podían tomarse, nadie se atrevió a declarar otro estado. El de excepción. Y entonces, la parálisis democrática asumió que merecíamos un gobierno que no nos mintiese. Que merecíamos otro gobierno. Y lo tenemos. Otro virus. Evolucionado y mejorado. Que nos ha permitido llegar a casa solas y borrachas. Solo en femenino. Y ahora nos permite disfrutarlo en streaming. A todos. Sin salir de casa. 

La cuarentena va a salir cara. Demasiado cara. Pero va a ofrecer reflexión. A todos. De lo primero que debe liberarse España es del virus que está amenazando gravemente su salud. De lo segundo que debe liberarse es del virus que está amenazando gravemente su libertad. Y de todo el lodo que ha arrastrado y arrastra. De nuevo.

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