España necesita un líder que la despierte ya del intento de letargo al que el gobierno la está sometiendo. Este líder hoy no existe. O no se muestra como tal. Es, quizá, la realidad más frustrante, pues frena en seco la esperanza y agita la desesperación, que es a la que dirigen a la nación Sánchez e Iglesias. Así se forjan los regímenes totalitarios. No traen nada nuevo; lo traen cuando más débil es la conciencia personal y más incisiva y poderosa su construcción de la nebulosa social.
El liderazgo se forja en la intimidad. Y se proyecta después. Porque, de lo contrario, lo que se proyecta es lo que se lleva dentro. Y no puede ser algo distinto al sometimiento a las teorías y prácticas conspiradoras que diseña e impone Moncloa a diario contra el estado constitucional.
De la entrevista de Federico Jiménez Losantos a Pablo Casado de hoy, extraigo una sensación de frustración ante la incapacidad del PP de marcar la agenda y desgastar al gobierno más nocivo de la democracia. Una frustración que arrastra al principal partido de la oposición a la indefinición y a la parálisis ante las tropelías del gobierno. El término, que puede pasar por alto, no es si no un atropello o acto violento, cometido generalmente por quien abusa de su poder. Y la RAE es de las pocas instituciones de las que Sánchez aún no ha logrado vulnerar su independencia.
Muchos preguntan dónde está el Partido Popular. Y es difícil saberlo. Porque el PP ha pasado de la oposición sólida e indomable de Cayetana Álvarez de Toledo al cliché frugal, débil e inconsistente de Teodoro García Egea y Cuca Gamarra. El PP ha perdido el hambre de defender la verdad y acorralar al gobierno. Y los españoles han perdido la referencia que habían comenzado a recuperar.
Incapaz de construir la alternativa que debe atesorar, el PP es, en este momento, rehén de una maquinaria propagandística que cobija los abusos de poder del gobierno. Eso mostraba la encuesta de GAD3 que publicaba ayer ABC. La división del centro-derecha supera en cualquier caso a la actual coalición de gobierno, pero deciden los demás, que protegen a Sánchez, protector de sus derivas totalitarias particulares. Y juntos, los totalitarios se han alineado para perseguir a la Corona y, con ello, a la unidad de la nación, avanzando en la destrucción de los cimientos democráticos y en el empobrecimiento de los españoles.
La realidad de España es la de un país abandonado por su gobierno en el urgente control de la expansión incontrolada a sabiendas del coronavirus. Es la de un país arruinado, pues la imposición del ejecutivo socialcomunista de cerrar la actividad económica primero, y de generar absoluta desconfianza después, ha concluido con el abandono de los sectores estratégicos que sostenían la generación de riqueza y empleo. Y con el abandono de los más desfavorecidos. El desorbitado nivel de paro -solo contenido en parte por prolongada respiración asistida de los ERTE- y el sustento fantasma se completarán con una salvaje subida de impuestos que asentará definitivamente la España de posguerra a la que Sánchez e Iglesias nos conducen. No habrá fondos europeos capaces de contrarrestar una política económica suicida y un abismo como el que reflejan todos los indicadores independientes sobre el hundimiento de la economía. A niveles, sí, de posguerra.
De posguerra porque ésta es su particular reválida de una guerra civil que perdieron y que no logran ni asumir ni superar. Quieren sumirnos de nuevo en el horror que dividió, entonces como ahora, a los españoles. En el 36, decidieron matar. Hoy, alientan el odio e indultan la violación de las leyes, mientras la respuesta demócrata, la respuesta pacífica, se aferra a las aún garantías constitucionales. Garantías que acorralan sin disimulo. Las constantes injerencias del gobierno en el resto de poderes del Estado responden a su próxima aspiración. Vendida la soberanía nacional a los destructores de la nación, es el momento de acosar al Rey y de controlar el gobierno de los jueces. Y en ellas vuelcan todos sus esfuerzos. No existe una guerra cultural; existe una guerra abierta contra el régimen constitucional vigente.
Por eso el símbolo de su guerra contra la democracia es Madrid. Es la batalla de Madrid. Porque Madrid se liberó de su yugo hace demasiadas décadas y solo tropezó una sola vez más, sin llegar a caer. Porque Madrid es el símbolo de libertad, de concordia y de progreso. Por eso han cerrado Madrid. Por eso han asaltado Madrid. Para permitir que el Covid-19 se propague a sus anchas, al tiempo que propagan también el virus de la ruina económica. Es su deseo. Consolidarán una España pobre si hunden Madrid, que es el corazón de la nación.
Ante este panorama desolador, la prioridad del PP no puede ser otra que fijar, de una vez por todas, su proyecto común y atraer a la mayoría de los españoles en torno a él. Como hizo Aznar en el 96. No puede haber otro espejo en el que mirarse que el del éxito de Aznar, que fue el éxito de España. Un proyecto que debe fijar en la Comunidad de Madrid el dique de contención. Y esto pasa por el apoyo abierto y sin fisuras a Isabel Díaz Ayuso. Una apuesta personal de Pablo Casado que se resiste a sucumbir a la persecución política y mediática de Sánchez e Iglesias, y que tiene el aval de la eficacia de sus medidas contra la pandemia, a pesar de la acción sorpresivamente adversa del gobierno central.
Para consolidar la ansiada alternativa de gobierno, hace falta justo aquello que hoy no es capaz Casado de asumir. Radicalidad y definición abierta de un modelo liberal-conservador. Porque radicalidad y conservadurismo tienen significado propio; no lo impone la izquierda política y mediática. Porque radicalidad no es si no anclar el proyecto en la raíz de sus principios, sin complejos. Porque es la raíz la que la izquierda persigue y prioriza en su destrucción. Porque, sin raíz, no hay proyecto. Y porque es la defensa a ultranza del modelo liberal-conservador la única que une a la mayoría de los españoles, al margen de criterios ideológicos previos. Pues solo han progresado con gobiernos del PP y han sucumbido a las peores crisis motivadas por las políticas de los gobiernos del PSOE. Es esta mayoría sensata la que logrará derribar en las urnas la débil estructura argumental del gobierno cuando identifique al líder que busca y no encuentra.
Hoy la democracia no sufre como antes la perversión de algunos medios de comunicación. Hoy la manipulación de algunos medios no es decisiva para que el mensaje llegue a los ciudadanos. Hoy existen plataformas que catapultan la libertad, y esta libertad sí la están sustentando los medios libres.
Hoy, la valentía no tiene excusas. Y hoy, el posicionamiento político pasa por decisiones valientes como una convocatoria electoral en Madrid que libere a los madrileños del equilibrio insostenible que impone Ciudadanos. Y pasa por impulsos en el mensaje como las convenciones políticas. El PP necesita una y la necesita con urgencia. Y, en ella, reflexión en sus órganos de decisión para aprovechar todos los instrumentos constitucionales a su alcance frente al gobierno que amenaza todo y a todos. La moción de censura lo es. Y el arte del entendimiento entre fuerzas políticas por un bien mayor, también.
Liderar es servir. Y es unir. Es ser capaz de aglutinar a todos los que comparten un ideal en torno al mejor proyecto. Y es proteger así el alma de una sociedad democrática: la libertad y la igualdad de derechos y de oportunidades. Es liderar España. Para liberar España.