Line of the day: la regla de la decepción

La inestabilidad política de hoy es resultado de la debilidad y de la corrupción moral de ayer. Y de hoy. Cuando la política no piensa en los ciudadanos, no es política. Es basura envuelta en marketing, en protocolo y en falsas promesas. Moncloa es, desde junio de 2018, un auténtico estercolero. Y, sobre él, una peana eleva a un presidente del gobierno decidido a someter todo y a todos los que no cedan a su delirio presidencialista. Para seguir sobre ella sin mancharse los zapatos, con los que pisotea la Constitución sin más contrapeso que el Rey y el Poder Judicial.  

Hoy a Sánchez le ha salpicado el propio lodo que fabrica. Ciudadanos dice que basó su moción de censura contra sí mismo en criterios de corrupción de su socio de gobierno. Y ese asunto está en los juzgados. La alternativa la encontró en el PSOE, cuyo secretario general en la Región de Murcia está imputado. Y en cuya comunidad autónoma colindante ha demostrado que ningunas como esas siglas corrompen y se corrompen con miles de millones de la hacienda pública. 

Parece que el PP ha salvado la moción en el despacho de al lado. Tres diputados, socios de gobierno hasta hace 72 horas, dicen hoy que firmaron la moción contra sí mismos en base a disciplina de partido. Disciplina que hoy rompen. Para convertirse en miembros del ejecutivo autonómico. No apelan precisamente a no hacer mudanza en tiempo de desolación, sino a mejorar su estatus por dos años. Los que le quedan al presidente autonómico para finalizar su etapa política. Quizá por eso no firmó la disolución de la Asamblea y la convocatoria de elecciones, como sí hizo Isabel Díaz Ayuso. Que no recuerda que su elección primera también fue en un despacho. Y a tres bandas reales. 

El murciano descartaba anoche que hubiera pactos ocultos. Hoy sabemos que los había. Y presumir de esta negociación es, cuanto menos, deplorable. Prima el acuerdo de gobierno de 2019 sobre la mayoría de las urnas, que no respetaron en 2019. Como no respetó anteriormente el partido ganador cuando la suma le permitió arrebatar lo que solemnemente llaman todos, cuando interesa, el mandato de las urnas. 

Las urnas no mandan. Los españoles deciden. Y avisan. Y castigan. El problema es cuando hay más razones y más referencias a las que castigar que a las que elegir. En ese escenario, la desafección política es la que gana por mayoría absoluta. Las mayorías absolutas lo fueron cuando los proyectos unían. Y también cuando la situación era insostenible. Cuando la política pensaba en los ciudadanos y en la fortaleza de la nación. Y cuando también cuando no había otra alternativa. 

Hoy, sin un liderazgo que una, sin estabilidad para gestionar y sin criterio para afrontar esta doble y perversa crisis, el progreso solo es el de sus señorías, que lo fían todo a sillones inestables que les transforman en lo que no son durante cuatro años. Están demostrando qué es lo que realmente les preocupa. No veo excepciones a la regla de la decepción. 

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