La llegada del peor gobierno de la democracia fue solo la primera de las desgracias de 2020. La segunda llegó con la connivencia del propio Ejecutivo, campó a sus anchas ante su decidida inacción y se ha cobrado la vida de más de 100.000 españoles. Aún hoy superamos el centenar. Es el resumen de una destrucción social que continúa y de la que el propio gobierno se ha valido para iniciar la destrucción del Estado democrático y convertirlo en una dictadura vestida de soberanía nacional. Comunismo. Ni peor ni mejor que sus versiones previas. Comunismo.
Echar la vista atrás me sume en la más profunda tristeza y en la no menos impotencia. Nos han mentido. Nos han encerrado. Nos han privado de derechos fundamentales. Han tratado de manipularnos con soflamas bélicas de otro tiempo, dibujando un enemigo externo mientras ocultaban los muertos y contaban batallas semana tras semana. Nos han abandonado a nuestra suerte, quebrando vidas, ilusiones y negocios. Hemos sufrido lo inimaginable. Pero vivimos para contarlo. Y para no bajar los brazos. Nunca.
Todo empezó hace un año. Y un año después nada es mejor. La esperanza es una vacuna y un cambio de gobierno. La primera llega a cuentagotas y con pérdidas injustificadas por el camino. El segundo supondrá un esfuerzo titánico. Pero nada merecerá más la pena que reconstruir la dignidad de una nación y el presente de una sociedad desahuciada.
Los aplausos a los sanitarios -en otro cielo tal día como hoy- representan instantes de emoción imborrables. Han salvado a muchos y han acompañado a todos. Ese trabajo sucio constituye un agradecimiento impagable. Un orgullo y también una necesaria recompensa. Se lo debemos. Como debemos un reconocimiento constante a quienes se han ido. Forma parte ya de la España eterna.