Si Cristo no hubiera resucitado, vana e inútil sería nuestra fe. Ésta es una de las condicionales sin condición que cimientan una vida plena. Hay una fuerza que supera los complejos. Y no es humana. La que regala cada año el paréntesis ineludible de los hechos que cambiaron la historia para siempre. Y la siguen cambiando. Es necesario aislarse de la persecución democrática y de la manipulación pueril para refrendar la evidencia de que no estamos solos ni en el peor momento de nuestra historia. Las civilizaciones sucumbieron a la corrupción que instalaron en sus formas de gobierno; las formas de gobierno pervivieron. Llevémoslo a una escala inferior para fijar la esperanza en que un gobierno putrefacto sucumbirá a su propio modo de proceder. Aunque para eso haga falta mucho más que su propia capacidad de autodestrucción.
En demasiados círculos de convivientes han descubierto que el Instituto Nacional de Meteorología pertenece al CIS. El paraguas de Tezanos ha podido ser la última modalidad de confinamiento. El sol de justicia, a la que Moncloa persigue ya con el B.O.E. aunque la oposición ni se entere ni quiera enterarse, ha dictado que los ministros veraneen en abril y que el presidente regrese a los aposentos de Patrimonio Nacional lavándose una vez más las manos. Ojalá fuese la última.
La vacuna contra una destrucción política, económica y social agudizada no puede ser nunca la que suministra el propio gobierno. Su esquizofrenia es incurable, pero no tiene ni tendrá la última palabra. La curación perpetua es la que regala el Domingo de Resurrección. La victoria ante la muerte es la seguridad de que ningún mal en la tierra va a ser eterno. Pues la eternidad solo es bien, verdad y belleza. Esto permite desechar todo intento propagandístico de emular a las verdaderas. Y tranquiliza y mucho el espíritu ante el recorrido más largo y adverso. La perfección no es la acción impoluta e intachable. Sino la capacidad de caer y levantarse continuamente. Sin guiones preestablecidos. Sin importar el ámbito de la vida que mejor ilustre. El Atlético continúa su pasión particular. A veces, las caídas son difíciles de superar. Pero nadie como Simeone puede devolver esa tendencia perfecta. Su fe y sus obras curaron al equipo de todos sus males. Y éste no debe ser menos.
La perfección es la felicidad en la adversidad. Que mueve al servicio desinteresado y, al mismo tiempo, revitalizador. Que admira la sencillez. Que permanece fiel a la palabra dada y al compromiso adquirido. Que se basta en lo cotidiano con la mirada puesta en la lejanía de un horizonte ambicioso. Cualquiera diría que la política no puede ser perfecta. Pero sí. Puede serlo. Aun situándose hoy a años luz. Ortega se preguntaba qué perfección era esa que complacía y no subyugaba; que admiraba y no arrastraba. Hoy está duda es incontestable.