Ante tanta tempestad, confianza y liderazgo. No es una reflexión desde una burbuja, sino desde la calle misma. Desde la condición del ciudadano que sufre al peor gobierno de la democracia. Habrá soluciones cuando haya decisión de superar los problemas y acabar con los excesos. La parálisis sólo se desmorona con una irrupción ilusionante.

Contagiemos ilusión. Rompamos marcos y moldes caducos y extemporáneos. Extirpemos todo lo que daña y sobra, preservando los lazos de convivencia y el cimiento de la democracia: la Constitución, la igualdad ante las leyes y a quienes viven para defenderlas. Con el Rey y su heredera al frente. 

Las convicciones irán unidas a la pasión, pues sólo la pasión es verdadera. Y es la verdad la que contagia y transforma. Incluso interpela a quienes piensan diferente. Incluso a quienes están en las antípodas del progreso. Querer el progreso es aspirar a atraer a los diferentes porque sabemos que forman parte de la misma sociedad. Los ísmos buscaron y buscan acabar con el diferente; crearon y crean muros, arruinando y eliminando vidas, por la miserable razón de la diferencia y con una consensuada vocación de sumisión. 

Cuando queremos cambiar -o superar- lo que vemos que destruye, debemos ser lo suficientemente audaces para asumir que el choque genera más choque. No hay más fuerza y resistencia que en la debilidad de quien se sabe acorralado y derrotado por la verdad. Así se afianza el odio. Y el odio sólo genera más división. Más destrucción. 

En el odio nacieron ideologías que incluso hoy siguen revistiéndose de legitimidad. Es la primera careta que quitaremos por completo y para siempre, pues en la desnudez no hay artimañas. Sólo el poder reviste desesperadamente la mentira de más mentiras. Sánchez lo demostrará hasta el fin de sus días en la Moncloa. Sus odios sólo apuntalan ya el gigantesco muro de su falacia. 

Todo en Sánchez ha sido una mentira, salvo una cosa: su plan de destrucción de la nación y de la democracia. Y él mismo se apresura ahora a quitar las vendas que puso en los ojos de sus votantes para taponar la herida que antes supuraba y ahora le desangra. Es la herida guerracivilista que enarbola desde su moción de censura, a capela con el digno e incorruptible Ábalos. Es la herida que ha querido mantener abierta para resistir, moribundo, con las constantes mínimas a las que el socialismo ya sólo puede aspirar. 

El socialismo no es sólo una idea caduca. Es también una idea retrógrada y contraria, ya sin vendas, al propio progreso. En esta superproducción recurrente sigue encontrándose la tendencia suicida de los ciudadanos cada vez que deciden votar por el precipicio, en lugar de dirigirse a los espacios propios del progreso: la libertad, la propiedad, la seguridad y, en definitiva, el humanismo. Cuando el ciudadano prefiere situar al Estado en el centro de su vida, está aplastando su propio progreso. Cuando el ciudadano decide con su voto situarse él mismo en el centro, declara que un gobierno sirva al progreso de la sociedad e impide que éste se sirva de sus esfuerzos y de sus sueños; impide que hipoteque hasta su propia supervivencia. 

Es inadmisible mentir en nombre de la democracia. Es inadmisible dividir en nombre de la democracia. Es inadmisible empobrecer en nombre de la democracia. Es inadmisible someter en nombre de la democracia. Es inadmisible destruir en nombre de la democracia. Es inadmisible corromper y corromperse en nombre de la democracia. Y en todo ha tenido Sánchez el permiso de hacer, avalado por los votos y por su partido, el PSOE, y aupado por sus socios. 

La valentía, la honestidad y la firmeza salvarán esta hora. Cuidando la unión. Preservando la Carta Magna. Y guardando para siempre los complejos en el baúl de los peores recuerdos. Es mojarse por España. Es lo único importante. 

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