Sánchez ha dinamitado el Estado de derecho por acción, y sólo él podía contribuir aún más a la causa de la destrucción de la España constitucional. Le faltaba el capítulo de la inacción para convertirlo en un Estado de caos. Todos pudimos verlo en directo el pasado jueves en Barcelona, ejecutado en perfecta connivencia.
Es tanto lo que ya hemos perdido y lo que seguimos perdiendo que corremos el riesgo de ser incapaces de asimilarlo antes de que sea demasiado tarde. El plan de Sánchez es éste. Que nada quede de la España que conocíamos antes de él. Ni siquiera los recuerdos de reconciliación. Venezuela es el anticipo más nítido. La Venezuela socialista que Rodríguez Zapatero avala y defiende. Incluso intercede para que su amado líder no se vea forzado a publicar las actas electorales que le señalan el fin de la impunidad. La misma que hoy goza Sánchez. La misma que ha regalado a sus socios de investidura para seguir subsistiendo y a sus compañeros de partido para justificar con orgullo sus delitos.
La miseria socialista no tiene límites. Siempre se reinventa. Siempre se supera. Es tan grave el serial de fechorías del presidente y ha presumido tanto de cada una de ellas que su silencio es ahora la prueba definitiva. Habla por boca de un procesado en rebeldía. Odian por igual a la España constitucional y están juntos en esto. Comparten el plan.
La gravedad de los hechos está imponiendo de nuevo un clima de impotencia y de resignación. Al igual que en su primera entrega de fechorías en pandemia. El muñidor de aquella alfombra que tapó miles de muertos es hoy presidente de la comunidad autónoma de Cataluña. Lo es porque ha faltado a su palabra. Lo es porque ha asumido todos y cada uno de los postulados del independentismo. Incluido el más codiciado: la ruptura de la solidaridad entre españoles. El pacto no es únicamente entre el socialismo catalán y el independentismo para una fusión entre iguales. El PSOE en su conjunto lo comparte con una nítida satisfacción. Salvador Illa ha recibido la felicitación y el reconocimiento cómplice del presidente de Castilla-La Mancha y de la alcaldesa de Palencia. La justificación cómoda del pacto de investidura por parte de la vicepresidenta primera del Gobierno pertenece a otro estatus de indignidad. Cada cual, según sus escrúpulos, es trilero del poder bajo una misma marca.
Mientras el PSOE se atreve a todo, el PP espera. Feijóo no pudo comparecer y poner rostro y voz a la indignación de tantos millones de españoles a lo que debe enmarcar como la última dirección cinematográfica de Sánchez. Él cree en los equipos. Y son, en efecto, los equipos quienes deben aportar una firmeza coral ante semejante afrenta cocinada en el mismo Palacio de la Moncloa. Feijóo es imprescindible. Lo es. Pero la afrenta exige a todos estar a la altura de tal desafío.
El único partido que hoy importa es el que España está perdiendo. El partido de su democracia y de sus libertades. Pensar que cuando acabe la legislatura habrá una mayoría alternativa que responderá con responsabilidad militante a la última llamada es cuanto menos ingenuo. Esa complaciente espera será la derrota definitiva ante el sanchismo más voraz, al que ni siquiera la corrupción más próxima atenaza. Su último movimiento lo demuestra. El juez llama a declarar al presidente del Gobierno como testigo de las actividades por las que investiga a su mujer, y el presidente calla ante el juez y responde a continuación sometiendo a la Abogacía del Estado para que salga en auxilio de ambos. Completa así una triada a la que ya pertenecían el fiscal general del Estado y el presidente y la mayoría socialista -no progresista- del Tribunal Constitucional.
El sanchismo es el chavismo en color, antes de que la capacidad de percepción de los españoles se pierda para siempre. Son los frutos del no-do y de la mentira descarada desde cualquier sede y altavoz del Gobierno. Sólo los jueces y los medios de comunicación libres están jugando este partido con la fortaleza, la inteligencia y la valentía necesarias.
Un amigo dice que soy pesimista. Soy, en verdad, un soñador inconformista que odia las vendas, que desconfía de los silencios y que cree en la capacidad de ilusionar para que todos despierten. Deberíamos estar asistiendo a los estertores del sanchismo y, en cambio, Sánchez duerme plácidamente en residencias de Patrimonio Nacional sin hacer público lo que hace, lo que gasta y a quién recibe.
La transparencia del presidente es el valor de su palabra. Hay tantos argumentos para liderar una alternativa de respaldo abrumador como dudas para hacerlo en este momento. El calor del verano adormece incluso ante una realidad dramática. Y Sánchez lo sabe y lo exprime. Soutomaior es ahora. Aun sin sombra. La campaña debe ser permanente. La ambición por recuperar la democracia plena, desmedida. O no será.