Feijóo y los grises

Un proyecto liberal-conservador es la única garantía de progreso. Por eso la izquierda mancilla insultantemente el término. Y sólo cuando aquél ha dudado de su posibilidad real de transformación de la sociedad, ésta ha podido imponer sus somníferos a esos electores que buscan más de lo que encuentran. 

La política es escuchar antes de hablar. Y es no dudar nunca en la comunicación del mensaje. El elector compra antes la contradicción que la duda. Incluso concede la explicación debida, que es el instante último antes de decidir la posición del pulgar. Una vez decidida, es difícil alterarla. “Un español con un cubata en la mano lo sabe todo y punto», rezaba el título de aquel pintoresco grupo de Facebook que se hizo viral cuando aún no sabíamos qué era eso. La última candidatura la ha protagonizado la no-periodista que enloquecía ante un Sánchez de esmoquin que sonreía en pleno luto por los dos Guardias Civiles asesinados esa misma tarde por el narco impune en Cádiz

El presidente fue en Falcon a la Fachadolid de Óscar Puente para recibir el aliento de su séquito cultural y coincidir con un vicepresidente vestido de blanco que no representa precisamente la luz de la resurrección de la política. Los extremos son oscuros y transparentes al mismo tiempo. No quieren el progreso; quieren su progreso. Pero si no trasladan controversia, el producto es altamente consumible por muy caducado que llegue a los lineales diarios. 

Feijóo ha devuelto al Partido Popular los tonos grises del esfuerzo por comprender qué pasa y cómo podemos resolverlo. No traten de entenderlo; reconozcan su aportación. El único proyecto liberal-conservador en nuestro espectro político volvió a encadenar victorias electorales y hoy es de nuevo el primer partido de España. Es evidente mérito de Feijóo. A pesar de quienes no confían en él y a pesar de quienes no están a su altura. Feijóo ha demostrado que un proyecto de unidad se pueden defender sin aspavientos y sin manifiestas contradicciones. 

Sí. Sin contradicciones. La absurda y motivada polémica respecto a la posición del PP ante sus contactos para la investidura de Feijóo es tan infantil como la defensa de Bolaños de la amnistía. Y ésta es la clave. Sánchez busca cómplices a su traición hasta debajo de la alfombra roja. La misma bajo la que ocultó el número real de muertos por Covid y sigue ocultando el número de fijos discontinuos. Y también caben, parece, los anexos de sus negociaciones con sus socios parlamentarios. Su plan autócrata es éste

La idea de Feijóo de conceder a Puigdemont un indulto conforme a la ley sólo puede entenderse como una respuesta constitucional a un despropósito. Sabiendo que nadie en el entorno del independentismo accederá a someterse a la misma ley que vulneraron trasnochadamente. Dudar de la posibilidad de vincular al socio preferente de Sánchez con el delito de terrorismo no es negarlo; es depositar la confianza en quienes lo investigan, a pesar de las presiones y las trabas del propio Gobierno y de sus satélites de primer nivel en la Fiscalía. 

El líder del PP reconoció a finales de septiembre en la tribuna del Congreso que no alcanzaba la Presidencia del Gobierno porque no quería. Esto es, porque no había accedido a las pretensiones del prófugo. Hoy sabemos cuáles fueron esas pretensiones. Las mismas que Sánchez no sólo asumió, sino que redactó y ante las que se ha arrodillado. El ladrón busca iguales que amortigüen su dramática página en la historia.  

Sánchez se sometió a la confianza de la Cámara dos meses después, no ya de asumir el marco independentista, sino de someter el Estado de derecho a él y de provocar un abrumador rechazo social que incluye el unánime de las asociaciones de jueces. Los españoles saben que sigue habitando en Moncloa su principal enemigo. 

Comparar la indignidad de Sánchez con el rechazo de Feijóo es propio de la peor política. La que nunca debió venir a vernos. La que lleva seis años minando nuestra democracia y nuestras libertades con el imprescindible apoyo de los socios con los que comparte plan: con los comunistas, con los propios independentistas, con los filoterroristas y con quienes se alinean abiertamente con ellos: el Bloque Nacionalista Galego es sólo el último en llegar a la fiesta de los destructores de la nación a cualquier precio. Compartir lista electoral con Bildu es de premio extraordinario de indignidad. 

Sánchez se burló de Feijóo -y de la España que defiende la Constitución- desde la misma tribuna del Congreso. Sus carcajadas retrataron al personaje sometido a todo para mantener el poder. Lo consiguió. Y su sumisión es ahora también a los soberanistas gallegos para que el racismo identitario gane más cuota de poder. 

Sánchez no está solo. Feijóo, sí. Con Sánchez caminan todos. Y es imprescindible asumirlo para completar de nuevo el camino. Es cierto, por tanto, que el único pacto posible del PP hoy es con los ciudadanos. Es aspirar a mayorías absolutas. Las que dicen que ya no existen porque nunca más las alcanzará el PSOE. Conseguir 38 diputados el domingo en Galiciaunha maioría máis– y 176 cuando Europa decida imponer el fin de Sánchez sólo dependerá de la convicción real de llegar a todos. Y de atraer a todos. Incluso el voto más ideológico puede anteponer el progreso a la pobreza. La reconciliación es la democracia. Entre iguales. Lo que somos. 

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