El 11 de abril de 2020 fue Viernes Santo. Un Viernes Santo con un nítido grito colectivo de redención. Decenas de miles de personas morían cada día en el mundo, solas y en silencio, a causa de un virus que desestabilizó el reinado de las propias fuerzas. La cultura de la indiferencia -cuando no el rechazo- religiosa, confinada. Y en plena psicosis, esa luna de Nisán trajo más gracia que nunca a través de una pantalla de televisión. Porque, lo sabemos, nada hay imposible.
También este 11 de abril ha sido Viernes Santo. Cuatro días antes. Dos años después. Viernes Santo en lunes de dolor. Injusto a la luz de cualquier razón. De llegada a la meta, con otros ojos. Giuseppina murió por un día para vivir para siempre. Es imposible no creer cuando ella ha creído tanto y se ha preparado tanto. Y ha dado tanto. Con 13 hijos como regalo al mundo. Con una confianza inquebrantable a lo largo de su larga enfermedad. Con Dios siempre en el centro, como clave para entender. Pero no como eslogan, sino como verdad cotidiana.
Es esa verdad la que aleja cualquier tentación de abandonar. Y la que da sentido. También a la herida más profunda. La suya no era física; lo confesaba. Era dejar solos a los suyos. Siempre los antepuso. Y, sobre todo, cuando más se resentían sus fuerzas. El secreto es que nunca estuvo sola.
Una comunidad de conocidos y desconocidos ha rezado por su curación. Confiaba en ella. Pero nunca está en las manos del hombre decidir sobre la vida de otro. Seríamos lo que no somos. Sí pertenece a la condición humana más generosa seguir pidiendo. Ahora, para que Giuseppina pueda ser espejo de vida para muchos. Espejo de vocación cristiana. Espejo de vida. Mucha vida. Para, como ella, no perderla nunca.
Hoy todo son recuerdos bañados en lágrimas de ausencia. Con muchos regalos para archivar como destacados. Los vídeos que grabó. Los audios que compartió. Las fotografías que publicó. Y en todo, su testimonio. Con una autenticidad innata y una humildad penetrante. Su voz dulce y su sonrisa incansable tampoco han muerto. Desde el lunes, las disfrutan, en directo y en exclusiva, en el cielo. A ese cielo existencial en el que ya hay un motivo más para querer ganarlo. Y darnos el primer abrazo.
Giuseppina Cuddé de Pirela. In memoriam et ad maiorem Dei gloriam.