Atrévanse a pelear cada voto 

A la manifestación del sábado en Cibeles asistieron muchos menos que los que la respaldaban. Hablo por mí; no, evidentemente, por quienes decidieron no dar la cara de un modo calculado. Es el vacío de referencias el que hace a una sociedad vulnerable hasta sus cimientos. Los ciudadanos necesitan luces en todos los ámbitos. Y es, cuanto menos, frustrante, que quienes aspiran a ser renuncien de facto a serlo. No por la persona en cuestión, sino por la ausencia de otros. Por el vacío, precisamente. 

Un proyecto político audaz debe contar con un líder valiente y defender valores de progreso. Es insultante utilizar en vano el término liderazgo, si quien lo pronuncia es incapaz de representarlo o de hacerse identificar con él. Son secuelas derivadas de la posverdad imperante. 

La valentía y el fundamento de valores permiten creer que lo que se construye cuenta con cimientos sólidos de bien común y con capacidad de enfrentarse a todas las adversidades para plasmarlos en acción política. Pedro Sánchez emula un proyecto a medio camino entre el Estado socialista y el Estado totalitario. No hay cálculo mediocre que pueda contrarrestar tal amenaza a nuestro Estado de derecho. Parece que cuesta asumir la gravedad de la decisión del propio gobierno, pero la gravedad es real: ya ha comenzado a destruir nuestra democracia. Si alguien duda, lo mejor es que se borre de la causa. La inacción es inasumible. 

Por inacción debemos entender también el autoengaño que hoy coloca sobre la mesa Alberto Núñez Feijóo: propone pactar con el destructor de nuestra democracia, nada más y nada menos, que acabar con el modelo de representación electoral. Obviamente, sin afrontar la raíz del problema: la sobrerepresentación de los partidos minoritarios. Esos a los que se premió con una concesión inaudita y a los que hoy se otorga decidir lo que debemos ser como nación. 

Proponer que gobierne la lista más votada sólo puede basarse, en términos de legitimidad, en un acuerdo por el que todos los partidos reconocen el resultado de las urnas y facilitan el pacto puntual o la gobernabilidad. Esto, además de democrático, es decente. Pero esto no es lo que han buscado ni buscarán nunca los dos partidos mayoritarios. 

Lo que plantea hoy el candidato a la alternativa es pactar con el destructor una destrucción más: la representación proporcional. La avaricia de Sánchez no tiene límites. Y parece que la torpeza de Feijóo, tampoco. O quizá a lo que pretenda conceder rango de ley a lo que muchas veces ha proclamado: que el socialismo español no es tan malo, pues él lo votó en sus fulgurantes inicios democráticos. Y que la alternancia es buena porque permite la supervivencia de ambos partidos; no de España. Escribir esto es tan doloroso como indignante. Parece que los contrapesos de nuestra democracia comienzan a desistir de su auténtica función. Parece que el miedo se apodera de la teórica alternativa

Apuntalar nuestra democracia perseguida desde el ámbito electoral debe plasmarse, sí, en una reforma de la ley electoral. Una reforma auténtica. Una reforma que equipare las circunscripciones a los votos. Sin primas. Sin ventajas. Sin estructuras que protejan ni inmovilismo ni el clientelismo. Y ahí, en la arena real, atrévanse a pelear cada voto.