Cada vez que Simeone habla de su finalización de contrato y de su hipotética salida, siento que los antagonistas están más cerca de la victoria. No es romanticismo. Es resistencia a perder un liderazgo real. Y réquiem por los que perderán si el Cholo acaba siendo víctima del mismo establishment que blanquea la impunidad tanto del fútbol arbitrario como del plan gubernamental, difundidos ambos en prime time.
Sufriendo como sufrimos los devastadores efectos de los líderes de cargo, defender a los líderes de alma debería conllevar bonificación en el IRPF. Ese impuesto del que Feijóo hizo bandera en su reconquista católica -quién lo diría- ante la debacle económica, y que ahora parece camuflado entre el barro del campo de batalla de Madrid.
La vida es puro cholismo. Y la vida con Sánchez requiere de todo ciudadano dispuesto a resistir una convicción tal que le haga ver más allá. Que no pierda la esperanza en un futuro -espero que no tan lejano- en que un gobierno no gobierne contra sus propios ciudadanos; no engañe a sus propios ciudadanos y no dilapide el Estado de derecho que tanto ha costado consolidar a sus ciudadanos. A pesar ya de muchos gobiernos.
Los escudos sociales sanchistas son trincheras y apesebramiento de caracteres y voluntades. Las leyes progresistas, amparo para el caos, que es conflicto en todo su significado y muerte en último término. Lo políticamente correcto, una dictadura del comportamiento. El socialismo, una máquina de contraderechos. A conciencia. Porque, en la tan de actualidad ley de libertad sexual, lo único que pretendía el gobierno es garantizarla con impunidad. Libertad, tal y como la entiende el socialismo. Que no es garantía, sino devastación.
Recuerdo casi a diario la reflexión de Christian Salmon, en su libro ‘Storytelling’, que alude a una de los mayores ataques a los cimientos de nuestra democracia: los atentados del 11 de marzo de 2004. Asegura que la investigación de El Mundo no caló en la sociedad porque, de haberlo hecho, “habría puesto en juego el sistema, que atacaba directamente a la línea de flotación de uno de los dos partidos que controlan el espectro político español”. Es decir, impunidad.
Hay una permisividad de estadio masoquista hacia el PSOE en este establishment nuestro, y es la que sostiene con vida a una opinión pública progresista vinculada al socialismo a costa de la democracia en España. Sin opinión pública socialista, hace tiempo que no habría partido socialista. El último fascículo encuentra una complicidad tal en medios de comunicación que obvia lo únicamente explicable: que legislaron en conciencia. Sabían que habría rebajas de penas y, por tanto, impunidad y caos.
El consumo del relato gubernamental, intrínsecamente perverso y sorprendentemente impune, alcanza niveles impensables cuando se asume que el Código Penal español no protege a sus ciudadanos y es este gobierno quien viene a salvarnos. O cuando necesita no proteger a sus ciudadanos y sólo sí a quienes atentan contra los derechos individuales y contra la integridad territorial y la soberanía.
En esta España donde gobiernan suicidas de la democracia, necesitamos un relato de reconquista precisamente democrática. Necesitamos cordura. Necesitamos consensos. Necesitamos recuperar la salud mental política. Y esto requiere de mucho más que moderación. Diría que requiere de todo lo contrario. De la máxima radicalidad. Pero, para entenderlo, hay que despojarse antes del superhombre socialista.