El último 31 de diciembre despidió al gigante espiritual e intelectual que fue Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI. Precisamente en Madrid, en agosto de 2011, invitaba a más de dos millones de jóvenes -nos invitaba- a “seguir aspirando a grandes ideales en la sociedad actual”; en este momento de la historia en que nos corresponde vivir.
El paso de los últimos años agrava, desde la propia política, la amenaza a lo que somos y a lo que anhelamos ser. Aspirar a un ideal mínimo de democracia en libertad y en igualdad se antoja hoy utópico. Quizá recibimos un tesoro que no supimos valorar en su justa medida hasta que lo hemos comenzado a perder. Hasta que la fe ciega en el sistema ha permitido que muchos lo corroan.
La regresión es incuestionable cuando los tres primeros artículos de nuestra Constitución demandan una constante defensa pública. Cuando, a los 45 años de vigencia y de vigor, el Rey debe aclarar la imprescindible función política y social de la propia Carta Magna. Cuando el presidente del gobierno ni tan siquiera reconoce un resultado electoral. Cuando su compra de votos a cambio de poder justifica todos los medios. Incluso los más deleznables. Incluso los inconstitucionales.
2023 ha sido el año en que España ha consolidado una etapa de decadencia democrática inducida por el propio gobierno. El de Sánchez. El año en que el PSOE perdió la inmensa mayoría de su poder territorial primero y las elecciones generales después. El año en que el PSOE derrotado vendió todo para atrapar la Presidencia del Gobierno. En esta España, el partido que mantiene vivos los postulados por los que ETA asesinó a más de 850 españoles, un prófugo de la Justicia y un condenado por sedición e indultado por Sánchez comparten el mismo plan que el presidente. Y, por ello, le sostienen.
Ésta es la España inaudita que despide el año más negro. Y en esta España nos corresponde defender lo que somos y crear cada día un presente que mire al futuro. Sosteniendo la unidad y cimentando de nuevo la concordia. Superar esta regresión es posible con tanta escucha como determinación. Pensar diferente enriquece y reafirma el bien común como proyecto definido; no sólo como ideal. Esto exige subir escalones escarpados. Exige pasos contracorriente para recuperar la ilusión y la confianza. Y, con ellas, la adhesión de la inmensa mayoría a un espacio político de progreso real.