Sánchez, mediador

PSOE.

Si el PSOE presume de perpetrar un ataque a la línea de flotación de nuestra democracia, ¿por qué no iba a hacerlo en un asunto tan suyo como la corrupción? Cataluña y Andalucía fueron pioneras. Sánchez se presentó inmaculado en junio de 2018 ante el bolso de Soraya. Y ahora, la famiglia, sus camaradas, han convertido el Congreso en lo mismo que convirtieron los vendedores y cambistas el Templo de Jerusalén: en una cueva de ladrones. ¿Dónde estaba el presidente? 

A Correa lo expulsaron el sábado porque el Madrid tenía que sacar algo. Sí o sí. Pedro también es de los de ganar a toda costa. Pero si la ley sucumbe a Sánchez, España sucumbirá. Es el presidente quitamanchas, samaritano para sus compañeros de viaje y herodiano para los inocentes. Sólo por la memoria de los miles de muertos que trató de esconder bajo la alfombra, los diputados de bien deberían unirse. Sin más cálculos. Aunque no sumen 176. Pero la altura de miras no se impone a la fontanería. 

En no pocas ocasiones, analistas de prestigio habían recurrido a la figura independiente como idóneo desatascador del imposible parlamentario que generaron Ciudadanos, Podemos y Vox al bipartidismo de siempre. El imposible que fue posible para los electores hartos del tenis bipartidista y sus excesos. El tono de burla con que tratan a Ramón Tamames es, cuanto menos, elocuente. Quizá no todos estén preparados para escuchar un discurso de mayor altura. Que no será muy difícil. El hemiciclo no es el mismo sin el Rajoy brillante en la tribuna; tampoco desde que Pablo Casado asumió la moderación, sucumbió al gobierno y le brindó el secuestro de Cayetana. Los balbuceos de Sánchez y los gritos de Nadia y las Montero son la firma sonora del peor gobierno posible; no en el peor momento, pues nunca lo merecimos. 

La hoja de servicios del PSOE a la destrucción de España sería impensable en cualquier otro país democrático. Pero en España, las semanas y los puentes permiten desconectar y no regresar. Las encuestas son bálsamo. Los problemas son de quienes los sufren. 

Quien aspira a gobernar no puede dudar de la necesaria censura permanente a Sánchez. O no merecerá gobernar. El mecanismo de la moción es matemático, pero también mediático. No como entiende Sánchez a los medios, sino como canal de comunicación directo con los ciudadanos desde la sede de su soberanía. La de los españoles. Denunciar, una por una y sin límite de tiempo, todas las fechorías de un presidente nefasto y sectario y presentar formalmente un programa de gobierno es una obligación moral. Lo hará un economista longevo. Converso. Y verso suelto. Sin carnet. Quizá un hombre de mil contradicciones. Pero merece ser escuchado y respetado. Que sea un outsider es ya una derrota de la política actual. Pero será, al menos, una victoria democrática

Feijóo ha apuntado en su última entrevista su último regate a sí mismo respecto a la ley del aborto que asume solemnemente. Dice que no puede obligar a las mujeres a abortar. ¿De qué moralidad entonces podemos hablar? Hablemos, al menos, de ejemplaridad pública. Pedro el justiciero ha quedado en Pedro el mediador. Entre la dulce palabra del mentiroso coherente y la amarga realidad de una corrupción instalada en las siglas. De oriente a occidente y de norte a sur. El puente aéreo entre Madrid y Santa Cruz se ha convertido en viacrucis cuaresmal. La Consejería canaria de Agricultura y Ganadería ha sido garantía de bienestar animal. Y el dinero público, como sentenció Carmen Calvo y asume cada Consejo de Ministros, no es de nadie. 

Moción de censura. Claro. Sobran los motivos. Da igual cuando lean esto. 

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