El cielo de Madrid se oscureció primero. Y, sólo unos días más tarde, el de Palencia. Era y es el mismo cielo. Las temperaturas han llenado terrazas, hoteles y casas rurales al mismo tiempo. La pena es personal; no social. A los demás afecta por contagio, pero la procesión siempre va por dentro. Debe ir por dentro. Y debe ir siempre. La procesión es el camino.
Los años impares han marcado habitualmente para bien, pero los planes de Dios no entienden de estadística. No era creyente -o eso decía-, pero esta Cuaresma ha sido para Eduardo la de prepararse para el mundo mejor al que todos aspiramos. En la distancia, lo viví con incertidumbre, primero. Con esperanza, después. Y con confianza, al fin, en quien tiene la llave de la vida y de la muerte. De la muerte y de la Vida. Fue el signo de la cruz sobre su frente.
Casi sin tiempo para asumirlo, la habitación 1108 del Río Carrión acogía una Pasión singular. Definitiva. El ingreso más silencioso fue el definitivo. Segunda ha vivido la salud y la enfermedad con Cristo. Y se fue en su hora. Poco después. El viernes fue Santo en un calvario particularmente salvador, al que nos invitó a participar junto a ella. De la mano. El domingo, mientras despedíamos su cuerpo, cantamos ‘Resucitó’. Quizá muchos no lo entiendan, pero no resta verdad. La multiplica.
Segunda y Eduardo se conocieron hace diez años en León y han formado parte de mi vida más estrecha en etapas y esferas distintas. Sin ser de sangre, me han querido como tal. Y más. Él, al sobrino que se hizo hijo durante la etapa universitaria y estableció un círculo de confianza que sólo se vive bajo el mismo techo. Ella, al nieto número diez. Sin distinción respecto a los que llegaron antes. Con la complicidad de compartir mucho y cotidiano. Con la capacidad de ensanchar; nunca dividir cariño, entrega y pensamientos.
Eduardo y Segunda me han demostrado que la generosidad no se ramifica en el árbol genealógico directo. La impulsa el corazón. La principal debilidad física de ambos, por cierto. Su fortaleza compartida era el Real Madrid, y en esto mi cuenta siempre fuera otra, por mucho que ganasen y celebrasen. Los cálculos de temporalidad fallan. El dolor noquea. Me deja sin palabras. Una paz ocupa esos silencios. Y todo invita a la memoria. A la suya. A mantenerla. A preguntarme por qué vivieron como vivieron y a hacer mío lo que me dieron sin esperar. Y sin merecer.
Esta sociedad nos vende que el dolor no existe. El marketing de la felicidad es la última derrota del superhombre. El dolor existe porque existimos. Forma parte. Igual que ellos han formado parte. No hay desinformación ni inteligencia artificial que transforme la verdad. Y la verdad es que Eduardo y Segunda se han ido y, al mismo tiempo, se quedan. Están. Viven. Y volveremos a vernos. Es la única certeza.