Tamames y la política que hoy no tiene escaño 

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz son los nuevos Picapiedra. Su inspiración en los regímenes totalitarios latinoamericanos ha forjado charlatanes de mal dormir. Parlamentarios de sueldo. Políticos de odio envuelto en la dulzura insoportable de quien roba mediante la técnica del abrazo. Hacedores de dictaduras, hoy encubiertas. Esta legislatura sólo ha tenido y tiene razones para una permanente moción de censura a un gobierno inconcebiblemente autocrático, que ha provocado daños en la arquitectura constitucional difíciles de reparar y al que aún le restan ocho meses de plácida travesía destructiva. 

Desde mi estudio y en diferido, aplaudí el discurso de Ramón Tamames. Era imposible no hacerlo. Ante la gran decadencia de la política española, el Congreso contó ayer con un invitado de excepción para recuperar por horas la dignidad parlamentaria. Inconcebible también era el consenso denostador de su figura y su rol a derecha e izquierda. En la casta y en los medios. Quizá lo que se temía era el retrato. El profesor llevó al hemiciclo autoridad en su persona, altura en su exposición, honestidad en su análisis y respeto en sus formas. Un demócrata convencido y desamparado sólo puede aplaudir emocionado, con independencia de la completa idoneidad del texto. 

Un catedrático de Economía de 89 años, converso e independiente, enmendó a la totalidad al peor gobierno de nuestra democracia. Un auténtico comunista que renunció a serlo pidió a Sánchez que estudie historia y no manipule. Que despierte de una vez y vea la Segunda República como lo que fue: el espejo de “caos, desorganización e indisciplina” en el que el presidente se ha mirado orgulloso en sus cuatro años de afrenta a España. Que aprenda que la Guerra Civil comenzó de facto en 1934. Que el logro de la reconciliación en democracia y en libertad se lo debemos a la altura de quienes nos representaron en la Transición. A él. Y que las leyes ideológicas de memoria histórica de Zapatero y de memoria democrática del propio Sánchez están minando aquel abrazo hasta límites impensables.

Su primera alusión al problema de España, que es Sánchez, recordó a los españoles que viven en Cataluña y sufren persecución por hablar y defender el estudio de su lengua materna. El mal originario: las continuas concesiones a los nacionalistas a lo largo de estos 45 años. El aval que concedió y concede un peso adulterado: la ley electoral que PSOE y PP nunca modificarán. El anexo con rúbrica del hoy presidente: el indulto a quienes delinquieron contra la nación -“No le corresponde la gracia del rey”, advirtió Tamames- y la derogación del delito de sedición, primero, y la tolerancia máxima en el delito de malversación, después. La concesión más sonrojante para proteger a quienes quieran delinquir de nuevo contra la nación y al servicio de sus propios intereses.  

La serenidad del candidato a la Presidencia -sin opciones de ganarla- enmarcó una notable selección de los grandes excesos del gobierno de Sánchez; no todos. Esos con los que ha debilitado nuestro Estado de derecho y ha logrado que España sea hoy una democracia defectuosa, en términos de The Economist. “Su gobierno no respeta la división de poderes” y controla la Justicia desde el Ejecutivo, gracias a la mayoría Frankenstein que bautizó Rubalcaba y a las concesiones a los orgullosos herederos de ETA y demás lacayos de la destrucción de España. La autoridad del orador y el aval de los hechos le permitieron concluir aseverando: “Eso es así”. 

El repaso de Tamames a cada capítulo de gestión fue demoledor. No hay ámbito de acción gubernamental que haya escapado al abuso y al arbitrio de la acción de gobierno. Con un balance catastrófico que vuelve a situarnos en el abismo. La indefensión de los destinatarios también es la constante: la inseguridad jurídica y el señalamiento a nuestros grandes empresarios; los desequilibrios en la economía y el “desmadre” en el gasto público; la manipulación de datos, el destape de los fijos discontinuos y el sindicalismo gubernamental que asfixia a autónomos y empresas, evidencia la pérdida de productividad y asume el pacto franquista de la indemnización desproporcionada por despido. “El desarrollo industrial de España tiene como primer enemigo al gobierno”, dijo. El incumplimiento en la regeneración de las aguas residuales es un caso palpable de putrefacción gubernamental.  

Y otros, de no menos sonrojo progresista: La desigualdad, la pobreza y la exclusión crecientes; la imposición del “monopolio” de la sanidad pública y la demonización de la privada que recibe a sus señorías; el retroceso y la “endogamia” en la educación; el “suicido demográfico”, los problemas de acceso a la vivienda y de ocupación y la creciente criminalidad. En política exterior, el candidato acusó al presidente de su silencio y sus cesiones a Marruecos y el “complejo de inferioridad del gobierno español” ante la Unión Europea y el mundo, ilustrado en el Gibraltar de ilegalidades: “es un problema de dignidad nacional y de dignidad europea”, aseguró. La responsabilidad histórica en Latinoamérica y la sumisión -o condescendencia- a la leyenda negra, tan propia de esta izquierda y tan contraria a la realidad histórica. Y las lógicas dudas sobre el rumbo, el peso y la utilidad de esta Unión Europea. El daño de Sánchez es inabarcable, pero Tamames lo resumió en 52 minutos. El equivalente a los diputados de Vox que presentaron la moción y a los que se ha sumado uno en la votación. En Pablo Cambronero pueden identificarse muchos españoles. 

Tamames desnudó la espuria estrategia de Sánchez, copiada al fin, de autoproclamarse primero adalid e imponer después su persecución. Con independencia del ámbito en cuestión. El presidente lo ha hecho siempre y en todo. El desamparo de las mujeres, la protección de sus agresores condenados y la corrupción en sede parlamentaria, sus complicidades de mayor actualidad.

Los gurús de la comunicación política alegan que esta moción ha servido a Pedro y a Yolanda. No. Ha servido para renovar la fe en otra política, imperiosamente necesaria, que busque la verdad y el bien común. Una política que hoy no tiene escaño. 

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